jueves, 2 de julio de 2009

Una espectacular granizada arrasa Vitoria

Enormes pedazos de hielo golpearon ayer Vitoria tras una jornada tórrida dominada por un sol abrasador. La brutal tormenta no avisó. Sólo unos truenos aislados, mal presagio, dieron una pista de lo que ocurriría sólo unos segundos antes de que el cielo se desplomase. Y sólo unos minutos, entre las cinco y cinco y media de la tarde, fueron suficientes para que la brutal granizada reventase las lunas y abollase la chapa de cientos de coches; desgarra árboles; rompiera claraboyas; destrozara farolas; saturara sumideros, paralizara el tráfico y hasta detuviera el servicio de tranvía. Miles de vitorianos asistieron impotentes al capricho meteorológico que dejó millones de euros en daños materiales, aunque no heridos de importancia. Poco importa si el granizo tenía el tamaño de pelotas de ping pong, de tenis o de futbolín, debate presente en cada esquina de la ciudad hasta bien entrada la noche.


Los mayores daños se registraron en Zabalgana, Ariznabarra, Lakua y en el pueblo de Armentia, pero el granizo puso en jaque a casi toda la ciudad. Todo el cuerpo de Bomberos fue movilizado e incluso se solicitó la colaboración de voluntarios, aunque ni con las seis dotaciones en marcha daban abasto. Su principal cometido era la retirada de cascotes en fachadas, de ramas en árboles maltrechos, achiques de agua y limpieza de vías. Especial atención merecieron los túneles de El Boulevard, de Jacinto Benavente y de la calle Tanis Aguirrebengoa, donde se cortó el tráfico. Y también fueron multitud las calles, como la Avenida, que se tornaron en ríos.
La culpa fue de las hojas. Los gruesos trozos de hielo (llegaron a medirse unidades de cuatro centímetros de diámetro) destrozaron las ramas de los árboles y media ciudad pasó del manto blanco al verde en pocos minutos. Esas hojas taponaron sumideros y agravaron la situación en un alcantarillado que ya no daba de sí para achicar el agua caída en tan poco tiempo, así que la firma de la limpieza, FCC, tuvo que emplearse a fondo.

Por supuesto, todo esto repercutió en el tráfico, también afectado por las balsas de agua que se formaban en calles y rotondas como la de La Antonia, en dirección a los concesionarios de Armentia. Al caos de tráfico se unió la interrupción del servicio de tranvía: una enorme piscina en Duque de Wellington le impedía continuar hacia Ibaiondo, así que terminaba su ruta en esta parada y regresaba a Angulema.
Información de El Correo

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